Comentario
La peste negra dejó en todos los territorios por donde se propagó unas huellas profundísimas. Pero su impacto se dejó sentir básicamente, como era lógico por lo demás, en el terreno demográfico, testigo de un brusco incremento de la mortandad. Las fuentes coetáneas de la epidemia ya nos advierten de dicho fenómeno, por más que se trate de simples opiniones subjetivas. "No se había conocido nada semejante. Los vivos apenas eran suficientes para enterrar a los muertos", leemos en las "Vitae Paparum Avinonensium". Por su parte, el brillante cronista francés Jean Froissart también nos dejó su testimonio a propósito de la peste negra: "En este tiempo por todo el mundo corría una enfermedad, llamada epidemia, de la que murió un tercio de la humanidad. Comenzó a darse en Florencia y en el contado enfermedad, luego mortalidad de gente, especialmente mujeres y niños, en ,general gente pobre", dirá el cronista G.Villani, víctima él mismo de la epidemia. El cronista Agnolo di Tura "il Grasso", que nos ha dejado una patética descripción de los efectos causados por la peste en Siena, después de indicar que en aquella dramática situación "el padre abandonaba al hijo, la mujer al marido y un hermano a otro hermano", afirma: "yo mismo enterré a mis cinco hijos con mis propias manos". Un texto del año 1350, procedente de una diócesis gallega, señalaba que a consecuencia de la peste "murieron en nuestra diócesis casi las dos terceras partes tanto de los clérigos como de los feligreses". Como se ve, las referencias proceden de diferentes regiones de la geografía europea, pero todas ponen el dedo en la llaga al señalar los terribles efectos de la peste negra.
¿Disminuyeron en un tercio los efectivos demográficos de los países afectados por la epidemia? ¿O acaso en dos tercios? Ciertamente analizar en términos cuantitativos la mortandad causada por la peste negra es de todo punto imposible, debido a las limitaciones de las fuentes conservadas. Es preciso advertir, por otra parte, que el morbo afectó de manera muy desigual a unas y otras regiones de Europa. El norte de Polonia, por ejemplo, prácticamente quedó indemne de la peste. Comarcas como el Bearn o Brabante, en el occidente de Europa, sintieron muy débilmente sus mortíferos efectos. Otras comarcas, como el Artois, aunque padecieron la peste, la sufrieron de forma muy matizada. Algo parecido ocurrió con la ciudad de Milán. En cualquier caso los contrastes regionales fueron muy acusados, incluso tratándose de territorios relativamente próximos. Es sabido, por referirnos a un ejemplo del Imperio germánico, que Brandeburgo fue mucho más afectado por la muerte negra que Franconia.
La única estimación global de la mortandad causada por la peste negra para un país europeo nos la proporciona J. C. Russell a propósito de Inglaterra. Este investigador calcula que Inglaterra perdió, debido a la aludida epidemia, entre el 20 y el 25 por 100 de su población, aunque esa proporción alcanzó niveles muy superiores en algunas comarcas, como el condado de Surrey. Escocia. por su parte, perdió, entre los años 1349 y 1362, casi una tercera parte de sus habitantes. La región francesa de Ile-de-France perdió, entre 1348 y mediados del siglo XV, cerca de la mitad de su población. El entorno rural de la ciudad italiana de Pistoia perdió, entre los años 1340 y 1400, cerca del 60 por 100 de sus efectivos demográficos.
Si nuestro punto de vista se sitúa sobre núcleos de población concretos observaremos que algunas ciudades alemanas tuvieron pérdidas elevadísimas: Magdeburgo, el 50 por 100, y Hamburgo, entre el 50 y el 66 por 100, porcentaje similar al que afectó a Bremen. Bolonia perdió, según el cotejo de los datos de enero de 1348 con los de enero de 1349, entre 1/3 y 2/5 de sus habitantes. París, de la que hay también información cuantitativa aprovechable, vio descender el número de sus habitantes en un 25 por 100 aproximadamente. Muy elevada fue también la mortalidad en ciudades como Deventer, Ypres o Tournai. De todas formas hay que tener en cuenta que las pérdidas demográficas de muchas ciudades se vieron compensadas por las inmigraciones de gentes procedentes del medio rural.
Si de la incidencia territorial de la epidemia pasamos a contemplar sus efectos sobre grupos compactos de la población, ¿no es significativo que en Inglaterra perecieran a consecuencia de la peste negra el 18 por 100 de sus obispos y en torno al 40 por 100 de todos los clérigos beneficiados? En este orden de cosas cabe consignar el dato relativo a los canónigos del cabildo de la catedral de Burdeos, recogido en sus investigaciones por R. Boutruche: "En vísperas de la llegada de la peste negra eran veinte, de los cuales en 1355 solo permanecían cinco; tres de ellos nos consta que habían cambiado de residencia, pero los doce canónigos restantes, es decir, más de la mitad, habían muerto, presumiblemente en función de la incidencia de la epidemia". También se han utilizado como guía para el estudio de la mortandad causada por la peste negra los testamentos. En su trabajo sobre los campos de la región de Lyon a fines de la Edad Media, M. T. Lorcin ha comprobado que el año en que se hicieron más testamentos, de todo el siglo XIV, fue 1348, con un total de 376. Le sigue el año 1361, en que se propagó nuevamente la peste, con 206. Los siguientes años están a gran distancia, por el número de testamentos redactados: 92 en 1343 y 91 en 1392.
En otras ocasiones las referencias demográficas aluden a un periodo cronológico de relativa amplitud. G. Bois comprobó que en el este de Normandía la población descendió, entre los años 1314 y 1380, en un 53 por 100. La ciudad italiana de Imola vio descender sus efectivos demográficos, entre los años 1336 y 1371, en cerca de un 40 por 100. Pero aunque en los dos periodos mencionados se propagó la peste negra, y todo indica que ella fue la causa principal de ese declive poblacional, es imposible conocer cual fue su concreta incidencia en lo que a mortandad se refiere. En ocasiones la incidencia de la epidemia se ha deducido no de lo que los documentos cuentan, sino de lo que callan. Tal es el caso, por ejemplo, de lo acontecido en la ciudad italiana de Orvieto, estudiada en su día magistralmente por E. Carpentier, la cual dedujo los efectos de la peste negra a través del silencio de las fuentes. Al fin y al cabo era tal el temor reverencial que causaba la peste que incluso se evitaba escribir su nombre, como comprobó Arlette Higounet-Nadal en su estudio sobre Périgueux en los siglos XIV y XV.
Los datos conocidos de la Península Ibérica son, asimismo, muy fragmentarios. También hubo comarcas en las que la muerte negra apenas hizo acto de presencia, como la plana de Castellón. Luttrell, por su parte, ha probado cómo la epidemia causó muy escasas víctimas entre los hospitalarios de Aragón. Pero hay más referencias en sentido contrario, alusivas a la mortal influencia de la peste. Es muy significativo, por ejemplo, que en un cementerio judío de Toledo nueve de las 25 inscripciones funerarias fechadas entre los años 1205 y 1415 correspondan a 1349. En las inscripciones citadas la peste negra es, sin duda, la causante del óbito. Recordemos la inscripción funeraria de David ben Josef aben Nahmías, sumamente expresiva por más que utilice elementos retóricos: "Sucumbió de la peste, que sobrevino con impetuosa borrasca y violenta tempestad". Si pasamos a tierras aragonesas nos encontraremos igualmente con una fractura demográfica en los años medios del siglo XIV. La población de Teruel disminuyó, entre los años 1342 y 1385, en un 37 por 100. Aunque el arco cronológico es, una vez más, amplio, en el mismo se sitúa la incidencia de la muerte negra. Más llamativa fue la evolución demográfica experimentada por la comarca catalana de la plana de Vic, la cual contaba en vísperas de 1348 con unos 16.000 habitantes, pero quedó reducida a sólo 6.000 unos años después.
Conclusiones semejantes se deducen de las investigaciones efectuadas sobre la evolución de la población en el siglo XIV en territorios tan diferenciados entre sí como Mallorca o Navarra. En Mallorca, a juzgar por las investigaciones llevadas a cabo por A. Santamaría, perecieron a causa de la peste negra el 4,4 por 100 de los habitantes de la ciudad de Palma y el 23,5 por 100 de los que vivían en los núcleos rurales de la isla. Es posible, no obstante, que esta distorsión entre el campo y la ciudad mallorquines obedeciese también a la existencia de movimientos migratorios desde el ámbito rural hacia el urbano. Por lo que respecta a Navarra, los estudios de J. Carrasco han revelado el brusco descenso poblacional experimentado en la merindad de Estella entre los años 1330 y 1350, una de cuyas principales causas fue sin duda la mortífera epidemia de que venimos hablando.
En diversas ocasiones se ha establecido una conexión directa entre la difusión por Europa de la peste negra y el incremento de los despoblados. N. Cabrillana afirmó en su día que "la aparición en España de la peste negra borró del mapa, para siempre, buena cantidad de lugares". En un estudio monográfico sobre el obispado de Palencia el citado autor calculó que la muerte negra fue la causa de la desaparición de 88 núcleos de población, es decir, el 20,9 por 100 del total de los existentes antes de 1348. Pero, al margen de las observaciones críticas que pueden hacerse al trabajo mencionado, hoy se piensa que los despoblados no fueron causa directa de las epidemias de mortandad. El abandono de un lugar se produce, habitualmente, en el transcurso de un proceso más o menos largo, y en el mismo influyen causas muy diversas, como la creciente pobreza de sus suelos o el atractivo de algún núcleo vecino. En esas circunstancias la presencia de una epidemia como la de 1348 pudo actuar como un aldabonazo importante, pero nada más.
Hemos hablado hasta ahora de las consecuencias demográficas de la peste negra. Pero el morbo citado dejó asimismo sus huellas en otros muchos terrenos. Por de pronto causó una gran conmoción en los espíritus, lo que se tradujo en la proliferación de movimientos sumamente sorprendentes, entre los cuales quizá el más llamativo fue el de los flagelantes. Se trataba de muchedumbres que recorrían, en procesión, los diversos países europeos. Los flagelantes surgieron, casi al mismo tiempo, en buena parte de Europa, desde Hungría hasta Inglaterra y desde Polonia hasta Francia. Iban acompañados de signos religiosos y, como forma de hacer penitencia, se dedicaban a flagelarse entre sí, de donde procede el nombre con que se les conoce. Sus integrantes, por lo demás, solían reclutarse entre las capas bajas de la población. El movimiento, en el que se daban cita al mismo tiempo manifestaciones de histeria colectiva propias de una época de crisis y una severa crítica a la jerarquía eclesiástica, fue considerado perverso por las autoridades religiosas, que decretaron su prohibición. No tiene por ello nada de extraño que los escritos de la época lanzaran duras diatribas contra los protagonistas de dicho movimiento. He aquí lo que decía un texto alemán de aquel tiempo, "estos flagelantes hicieron mucho mal al clero por sus predicaciones y su arrogancia".
En otro orden de cosas la peste negra contribuyó en buena medida a reavivar en todo el Continente europeo el antijudaísmo, que parecía encontrarse adormecido en los últimos tiempos. Al recaer sobre los hebreos la acusación de que habían provocado el mal, en diversas regiones europeas, desde Alemania hasta Cataluña, se desataron persecuciones contra las aljamas judías. En 1349, "entre la fiesta de la Purificación y la Cuaresma numerosos judíos perecieron en todas las ciudades, castillos y aldeas de Turingia, en Gotha, Eisenach, Arnstadt, Illmenau, Nebra, Wei und Wiche, Tennstaedt, Ilebrsleben, Thamsbrueek, Frankenhausen y Weissensee, porque el rumor público los acusaba de haber envenenado las fuentes y los pozos", leemos en un texto alemán de la época. Recordemos, aunque sólo sea en sus grandes líneas, lo acontecido en tierras del Principado. El "call" o aljama de los hebreos de Barcelona fue asaltado por las turbas en mayo de 1348, apenas unos días más tarde de la presencia de la peste en la ciudad. La violencia antisemita se propagó después a los "calls" de Cervera y Tárrega y, en menor medida, a los de Lérida y Gerona.
El clima de terror que causaron las mortandades contribuyó a acentuar la búsqueda, por parte de los que estaban a su merced, de posibles tablas de salvación. Ni que decir tiene que la principal fuente abastecedora de esos auxilios era la Iglesia. Así se explica que, en la época que siguió a la difusión de la peste negra, aumentaran considerablemente las que Miskimin ha denominado "inversiones en gracia espiritual". Los fieles no dudaban en desprenderse de sus bienes si a cambio creían garantizar la salvación de su alma. Lo cierto es que, a través de las más diversas vías, los legados y las donaciones efectuados a la Iglesia crecieron por doquier. Las mortandades, por consiguiente, hicieron posible que las arcas de la Iglesia engrosaran.
La muerte, realidad cotidiana en la época de difusión de la peste negra, se convirtió, como no podía menos de suceder, en un tema predilecto de la literatura y del arte. Pensemos, por ejemplo, en las famosas "Danzas de la muerte", que proliferaron en diversos países europeos desde la segunda mitad del siglo XIV. También las pinturas del camposanto de Pisa nos ofrecen un espléndido testimonio de la importancia que adquirió el tema de la muerte en la Europa del siglo XIV. No menos significativo es, a ese respecto, el éxito que alcanzó, a finales del siglo XIV, el "Dies Irae", un canto fúnebre que databa, como mínimo, del siglo XII, pero cuyo arraigo definitivo sólo se produjo en la Europa de las mortandades.
¿No puede verse asimismo relación entre la muerte negra y el clima de vitalismo explosivo, que como contraste a las desgracias del mundo terrenal, recorrió Europa en las décadas que siguieron a la llegada del morbo fatídico? El cronista florentino M. Villani captó de forma magistral esa situación al decir que los que habían sobrevivido a la peste negra, en lugar de ser "mejores, más humildes, virtuosos y católicos... llevan una vida más escandalosa y más desordenada que antes. Pecan por glotonería, sólo buscan los festines, las tabernas y las delicias en la comida, se visten de formas extrañas, inhabituales e incluso deshonestas". Por su parte, Bocaccio, insistiendo en la misma idea, nos dice, en su "Decamerón", que muchos ciudadanos "pensaban que la plaga se curaba bebiendo, estando alegres, cantando y divirtiéndose, y satisfaciendo todos sus apetitos, por lo que pasaban el día y la noche de taberna en taberna bebiendo sin moderación y haciendo sólo lo que les agradaba hacer". Claro que también es lícito establecer conexión entre el hecho de la mortandad generalizada, por una parte, y la tendencia a la retirada del mundo, preparándose exclusivamente para bien morir, por otra. Quizá la obra más expresiva, en ese sentido, sea la "Imitación de Cristo", que data de comienzos del siglo XV y ha sido atribuida a la pluma de Thomas Kempis. La idea central de dicha obra era el abandono de las vanidades de este mundo, de ahí que se le haya presentado como la apología suprema de la renuncia.